3 de mayo de 2011

El Buscador (Jorge Bucay)

Ya os puse una vez una entrada sobre un cuento de Jorge Bucay, Quiero, del libro Cuentos para pensar. El Buscador es otro cuento de ese libro y éste, éste sí que sí, es mi favorito. Puede que de buenas a primeras os parezca una parrafada impresionante, pero es realmente bonito. No puedo decir mucho más, simplemente espero que os guste el mensaje que transmite:

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador.

Un buscador es alguien que busca, no necesariamente que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe lo que está buscando, es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día, el buscador sintió que debía ir a la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadoras; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada... una portezuela de bronce que lo invitaba a entrar.

De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor.

Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción: Abdul Target, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar.

Mirando a su alrededor el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción, se acercó a leerla, decía: Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas; el buscador se sintió terriblemente conmocionado.

Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una, empezó a leer las piedras. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo exacto del muero. Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los 11 años. Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó. Lo miró por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar. 

-No, ningún familiar -dijo el buscador- ¿Qué pasa con este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Porqué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que los ha obligado a construir un cementerio de chicos?

El anciano se sonrió y le dijo: 

-Puede usted serenarse, no hay terrible maldición. Lo que pasa es que tenemos una vieja costumbre, le contaré: Cuando un joven cumple 15 años sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello. Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella, a la izquierda qué fue lo disfrutado, y a la derecha cuánto tiempo duró el gozo. Conoció a su novia y se enamoró de ella, ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana, dos? ¿Tres semanas y media?

Y después... la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?... ¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? ¿Y el casamiento de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar estas situaciones?

Así vamos anotando cada momento que disfrutamos, cada momento. Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba, porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido.



Os deseo que apuntéis muchas cosas en vuestra libreta del tiempo, que la suma de ese tiempo tenga muchas cifras y que nunca restéis nada porque, entonces, los buenos momentos caerían en el olvido.

¡Un beso!



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